El niño de barba
Su facha de leñador, vikingo o de poeta podría resultar engañosa como envoltura de lo que contiene. Porque la quijada cubierta de pelos le dio el nombre por el que lo conocen casi todos, muchos de los que ni siquiera saben que al que le dicen Barbas se llama Felipe Posada Restrepo.
Detrás de ese remoquete está un oficinista que tiene como profesión a la ingeniería y que se dedica a asuntos tecnológicos para aquello de ser adulto. Y tras él, está el niño del Colegio San Carlos que se apuntaba a cuanto “picadito” de baloncesto, fútbol, vóley o balonmano hubiera y que un día, transitando sus primeras décadas, conoció el atletismo como aquel deporte al que eventualmente se apuntaría de por vida.
Pero ese pequeño, encaprichado hasta los huesos por el juego, se encontró con las barreras que a veces ponen los más grandes a los sueños y no lo dejaban hacer las distancias que soñaba correr. Que porque muy largas para la edad, que porque quizás estaba muy chiquito para eso. Fue entonces, cuando ese pedazo de niñez se guardó hasta el 2013 para la Carrera del Día Olímpico que se hizo en Medellín ese domingo. Cinco kilómetros que le devolvieron al pequeño Felipe la vida y le recordaron al ya adulto que lo que le gustaba era correr entre vallas y sobre el asfalto. A partir de ahí, un niño, ya barbetas, no paró de sumar metros y atravesar arcos de meta.
La adultez con sus estudios, cuentas, viajes, idiomas, amor por la cerveza, novias y trabajos vino con lo suyo; pero la niñez se reservó esa obstinación por el juego sin pausa, sin mente, por el juego mismo. Ahí fue cuando un día, sin la preparación que dictan los manuales hizo su primera maratón, y su segunda y unas cuantas más en calles y en montañas. Tal vez allí fue que aparecieron las lesiones que también supieron poner barreras para decirle “hasta aquí”. Pero esa barba correlona siguió adelante, ya un poco más sabia, y encontró donde darle madurez a su pasión. Entrenó con el equipo de atletismo de Terret, cruzó sus caminos con la bicicleta y la natación y le entregó su proceso, como lo haría un adulto responsable, a las manos de Felipe González, su entrenador. El “profe” le prometió volver a andar sin dolor y le dio rumbo al sueño del niño-grande que tiene Barbas: clasificar a la Maratón de Boston. Para ello, tendrá la tarea de parar el reloj en menos de tres horas en la Maratón de Berlín. Hoy en día su mejor registro está rondando las 3 horas y 45 minutos.
Felipe Posada, el niño que jugaba a jugar y que se dedica a ser ingeniero, tiene al frente 42.195 metros en una tierra en la que su envoltura lo confundirá con algún bávaro cervecero del paisaje, pero que si se le mira con atención, se verá bien a un sueño que viajó de Medellín a Berlín y que parece ambicioso en tiempos de tantos entrenamientos, aplazamientos, madrugadas, dietas y renuncias: correr una maratón más, o como diría él en otras épocas, estar 5 minutos más en el parque.
Cristian Marín - Corriente Alterna