¡Andiamo, Felipe!

¡Andiamo, Felipe!

De Envigado-Antioquia en Colombia a la Emilia-Romaña en Italia. El primer punto del mapa se dibujó en los años 80 y el segundo, muy lejos de esas tierras, se plantó en la historia el 18 de septiembre de 2021.

Este relato me obliga a ser escrito en primera persona, porque es mi entrenador de quien hablo, el atleta Terret, el “profe” de Dynamic, el que siempre va a tope. Un tipo con el que compartí los chapaleos del mal inglés de ambos en un aula de clases en la universidad y a quien hoy admiro, casi 8 años después de esas clases, desde lejos mientras redacto sobre el camino que ha recorrido para llegar a Europa a correr un IronMan completo por segunda vez.

De él podré asegurar que poco tendrá por decir si se cruza con algún local u otro atleta de hablas extranjeras. En las aulas no aprendimos mucho de idiomas foráneos. Donde sí estoy seguro que hablará es en la carretera. Felipe González repite en español, fuerte y contundente, la palabra “poderoso” como una especie de mantra para sí mismo y para quienes le seguimos los pasos. Desde que lo conozco, ha dejado claro que lo suyo es tener el pulso alto, el voltaje a toda marcha. Lo veía con asombro en cada carrera de atletismo que se corría en Medellín entregándole todo al asfalto a toda velocidad mientras yo, un simple mortal, sufría por no morir. En ese entonces yo, muy lejos de él, era testigo del recorrido que lo trajo hasta estas líneas que se escribirán en italiano.

Años después, yo ya un poco más cerquita de él sobre la bici y calzando zapatillas, me di cuenta de que ha sido un deportista que se ha construido a fuerza de disciplina. Tan real como quien escribe y como quien lee. Quien a pesar de su pinta de héroe, también lucha por madrugar, también se ha tragado los palazos de un mal día en el entrenamiento, que se premia con dos o algunas cervezas después de una buena carrera y que, como buen héroe, agita los pasos para llegarle pronto a su amor tras la meta.

La pasión por el deporte lo atrapó en las redes del tenis de campo, luego lo llevó al mundo del fitness y las pesas, le mostró la dureza de la montaña en el Trail y hoy lo tiene con un logo tipo de IronMan tatuado en la piel y a horas de disputar su segundo full entre poblados de aires medievales. Fui testigo de primera mano de sus luchas con la carretera, de los infiernos que se transitan cuando se sufre y de los cielos que se tocan cuando todo sale bien. Me tocó verle aplazar su sueño unos meses por la pandemia, sentarse horas sobre la bicicleta para sumarle fondo a los pulmones y correr bajo cielos nublados y soleados para cumplirle la cita a su reto de hoy. Incluso, por esa terquedad que tenemos los zafados, lo acompañamos hace unos meses a hacer una especie de “simulacro” de esta carrera completando los 180 kilómetros de bicicleta y los 42 kilómetros de atletismo que ella demanda para dejarse completar.

A Felipe le llegó la hora de sumarle a esos dos deportes 4 kilómetros de natación y recoger a brazadas, pedalazos y zancadas lo que sembró por años para llegar ese lugar del mapa tan lejos de su natal Envigado. Que hablen sus piernas, en el idioma que quieran, pero que hablen fuerte para que la próxima crónica sea la del día en que Pipe, mi profe, clasificó al mundial de IronMan en Hawaii.

¡Andiamo, Felipe! Que es lo mismo que decir: ¡Vamos, poderoso!