Deporte para el alma

Está dicho que la actividad física, en buena medida, es una recreación de la guerra. Los deportes individuales y los grupales, cuando menos, implican un conflicto interno entre la mente y el corazón. La gran diferencia que distancia a ese simulacro de la confrontación que puede tener implícito un partido de fútbol o una carrera está en que, en la mayoría de los casos, todos seguimos vivos sin importar el resultado.

Sobre el asfalto, detrás de un PR, decimos que “lo damos todo”. Y así quedemos vacíos de energía y cortos de piernas, retornamos a casa con el corazón lleno de una nueva experiencia para contar. Le ganamos la batalla a la cabeza y, durante ese tiempo, nuestro mundo giró en torno a detener el reloj más rápido. Así mismo pasa con el hincha en la tribuna, que en esas 90 vueltas del reloj solo ve por qué la pelota entre en el arco rival. Y así con quien disfruta de nadar, de rebotar la bola contra el suelo o del que disfruta del rugir de los motores. El deporte es nuestra manera exagerada de dejar la piel sin perder más que kilos, segundos y gotas de sudor. Es el lugar donde se nos olvida por un rato que hay pandemia, que se nos partió el corazón o que la ciudad tiene el alma quebrada.

Es por esto que hoy acudimos a nuestra pasión para que nos recuerde lo bueno que tenemos en el corazón, nos construya puentes que nos unan y, sobre todo, para que nos dé esperanza.  Por eso han llegado a mi memoria algunos ejemplos de cómo el deporte tiempos turbulentos es capaz hasta de salvarnos la vida.

El fútbol rompe-cadenas

El secuestro fue uno de los mayores flagelos que atravesó el país en las últimas décadas. Miles de colombianos estuvieron privados de su libertad y, en los mejores casos, conectados con la realidad a través de un radio que relataba las noticias y los partidos de fútbol.

No hace falta mucha imaginación para escuchar que durante los partidos de la Selección Colombia militares y guerrilleros apagaban los fusiles para ver a la tricolor jugar. La confrontación dentro de un estadio se convertía en la tregua dentro de la selva. Así mismo en las celdas, víctimas y victimarios apostaban cada domingo la limpieza de las ollas o alguna “comodidad” a la luz del resultado de un DIM-Nacional, un Millonarios-Santa Fe o un América-Cali. La pelota rodando a través de un relato radial, era libertad en medio del encierro.

Ciclismo salvavidas

 Gino Bartali tiene un lugar de privilegio en la historia del ciclismo italiano; y algún estudioso de las bielas tendrá alguna referencia de este deportista que levantó los brazos en dos Tour de Francia y en tres Giro de Italia. A pesar de ese gran palmarés, se podría llegar a decir apresuradamente que nació en la época equivocada, pues su actividad profesional se vio interrumpida por la Segunda Guerra Mundial; un acontecimiento que privó a la historia de ver a Bartali ganar más trofeos en las carreteras.

A este representante del ciclismo clásico se le atribuye que el 14 de julio de 1948 liberó fuertes tensiones políticas en su país al ganar de forma épica la etapa de ese día del Tour. Una jornada de nieve, que precisó de él su voluntad de hierro, le permitió llegar primero a meta, recortarle alrededor de 20 minutos al líder y ponerse la camiseta amarilla. Según sus mismas palabras, “ese día le devolvió la sonrisa” a Italia.

Pero su mayor gesta no tuvo las luces de las grandes carreras. Años después se descubrió que Gino Bartali aprovechó su fama sobre las carreteras de Italia que le permitía pasar los retenes militares sin ser requisado para traficar dentro del marco de su bicicleta pasaportes de judíos que eran falsificados por comunidades de monjes. Se estima que su labor le salvó la vida a decenas de personas que estaban destinadas a llegar a los campos de concentración alemanes.

Los deportes individuales no existen

Por último, quiero volver a casa, a la experiencia personal de quien practica un deporte como el triatlón. Disciplina que en el papel se denomina como “individual” pero que poco o nada tiene que ver con eso.

Montando bicicleta, trotando o nadando he experimentado lo que significa recibir una rueda amiga que te lleve hasta el puerto, he sentido la mano cruzada con una granola empuñada para darme una vida más o me he dejado empujar del grito de batalla de algún buen amigo que me recuerda que a las piernas se les impulsa con el corazón.

El deporte individual me ha mostrado la cara más dura de la guerra con mis límites. Pero así mismo me ha dejado ver el valor de la amistad, de la solidaridad y la empatía. Allí, donde recreamos el conflicto, también simulamos la vida. Y es un lugar tan vivo y tan inmenso que nos enseña sobre amor, superación y esperanza.

Que el deporte, el arte o las pasiones más sublimes no salven la vida siempre.

 

Cristian Marín-Corriente Alterna.

 


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